Cuando hablamos de las grandes coordenadas que rigen al hombre y lo sitúan dentro de la existencia, mencionamos el “tiempo” y el “espacio”. ¿En qué espacio nos desenvolvemos?, ¿cuánto podemos llegar a durar? Nuestro espacio y nuestro tiempo, si bien son dos grandes coordenadas, se nos han tornado pequeñas y hemos olvidado que también se manifiestan, aunque con formas un poco más variadas, en otras dimensiones, en otros planos, en otras formas de ser que también posee el hombre.
Hagámonos las grandes preguntas que se hicieron los antiguos: ¿existe el tiempo, es el tiempo algo que corre? ¿O quienes corremos y nos movemos somos nosotros y el tiempo es, sencillamente, estático y se deja atravesar por nuestros cuerpos, por nuestra mente, por nosotros como seres espirituales?
El tiempo psicológico, el tiempo mental, el tiempo espiritual tienen una plasticidad que no tiene el tiempo físico. Y por eso el tiempo físico puede presentarse ante nosotros como una cárcel, con barrotes duros y rígidos que nos mantienen aprisionados hasta hacernos sentir que estamos inmersos en una trampa sin poder hacer absolutamente nada.
El peligro que entraña el no dominio del tiempo es que podemos llegar al final de la vida con una terrible pregunta a cuestas: ¿qué hice de mi vida? ¿Dónde están mis años? ¿Qué he logrado atesorar?
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